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lunes, 14 de marzo de 2022

LA FUNDACIÓN (ISAAC ASIMOV)- LECTURAS DE JUVENTUD




Para mí, y desde hace mucho tiempo, es una tesis recurrente que utilizo para explicar la identidad ideológica de algunas personas; en general, amigos a los que tengo en alta consideración personal. Estoy seguro de que aquello que lees en la adolescencia te marca para el resto de la vida. Yo leí la trilogía de La Fundación, obra cumbre del físico, biólogo y pensador universal ISAAC ASIMOV, exiliado ruso que se afincó en los EEUU e hizo carrera como escritor de CI-FI y divulgación científica. Esta magna (y originalísima) obra acomete el relato novelado de la caída de Roma en el marco espacial del futuro, donde aparte de personajes muy bien traídos, se avanzan teorías como la "psicohistoria", un modelo predictivo del comportamiento humano a través de las matemáticas. Mundos remotos, viajes intergalácticos, civilizaciones desconocidas... Yo tenía 15 ó 16 años; y recuerdo muy bien aquellas noches estivales de insomnio en las que leía durante horas hasta que el cansancio, más que el sueño, me vencía. Otros, con esta misma edad, leyeron El Capital y el Manifiesto Comunista; desencantados al borde de la depresión con la Iglesia Católica, abrazaron el socialismo como la nueva religión que es (o ha sido). sus dogmas, su montaje doctrinario, su infalible explicación del mundo y de los actos de la gente o las masas. Después vino la caída del muro de Berlín y se puso de manifiesto la ruina social y personal que sólo el socialismo puede producir en las naciones. De  manera que los poco antes marxistas se definen hoy día como socialdemócratas. No dudo que de la frontera del Rin hacia el Este sea ciertamente así, pues, efectivamente, se trata de personas y sociedades que han conocido en carne propia la esclavitud del socialismo; pero dudo que Francia, Italia o España cuenten con partidos en el espectro de la izquierda que aguanten una comparación seria con la socialdemocracia. España, que es el único lugar en el mundo que posee una izquierda antinacional, está atravesando una etapa convulsa en todos los ámbitos: económico, social, institucional... Me atrevería a afirmar que incluso de mentalidad: el estado general de las personas es directamente depresivo; y el que no está aterrorizado por el futuro practica un cinismo conductual y de pensamiento que causa repulsión. El epítome insoslayable (porque está a la vista de todo el mundo) en la cumbre del Estado es un partido político formado por terroristas o exterroristas, que hoy se llama BILDU, pero que no es más que un remedo de la extinta y sanguinaria HB. Es decir, el hecho que define el grado de degeneración de la política española es asistir al tremendo espectáculo de unos tipos que dicen luchar por la extinción de España como Nación en el Parlamento de la Nación y en las instituciones regionales de la misma. Tipos que hace solo unos pocos años me querían matar de un tiro en la nuca o una bomba lapa en los bajos de mi coche, les estoy pagando el sueldo por obra y gracia de la acción necesaria (y cómplice) del PSOE, cuyo líder, Pedro Sánchez Pérez-Castejón (ahí van unos buenos apellidos euskéricos y de RH negativo) ha centrado todos sus esfuerzos en blanquear el siniestro y sangriento currículum de una banda de carniceros como la ETA. 

             En fin. Me estoy desviando (aunque, como veréis, cualquier cosa que diga aquí está íntimamente relacionada en todos los aspectos que aborde; la tesis que mantengo consiste en explicar que es precisamente porque leí en esa temprana y crucial edad de los 16 obras como La Fundación, y no el ladrillo de Marx, que mi visión de los asuntos del hombre es de esta manera y no de otra; los que leyeron el Manifiesto Comunista permanecen anclados en el arrasado suelo de Chernóbil, que es a lo máximo que puede aspirar el socialismo real). 

                      Los libros  de la imagen me los compré en LA HIGUERA, que es la librería que solía visitar cuando salía pronto del instituto, antes de coger el autobús para Las Eras. Sí, tenía 16 años (es posible que 15), hacía segundo o primero de bachiller y andaba peladísimo de recursos. Pero, en fin, los libros, menos todavía éstos de bolsillo, eran perfectamente asequibles para una economía depauperada como la mía. Por el valor de un almuerzo en el Bar Avenida podía conseguir uno de estos. Hoy, esta librería ya no existe. Tampoco la que había en la misma calle (La Tercia) a sólo una manzana de distancia; y por mucho internet que exista, nada sustituirá la emoción que significaba acudir a explorar los estantes de estos comercios llenos  de magia. A esa edad ya había gente comprometida con la causa social en el Instituto; hoy son políticos (alcaldes, diputados autonómicos, enchufados, vividores...) cuyo legado queda a la vista es perfectamente analizable: un fracaso total. O un hacer todo lo contrario que se predicaba. O un cinismo y cara dura difícil de soslayar. Son personas que con el cuento del socialismo se han hecho su rinconcito en la vida profusamente regado con el dinero del contribuyente. Y que, pegados como una lapa en la roca, ya es imposible devolverlos a la línea de salida para que acometan su particular carrera sin hacer trampas. Yo, pobre de solemnidad, me tuve que abrir camino a dentelladas; y hoy, lejos de sentirme orgulloso (que con toda ley debería ser el sentimiento natural), soy presa de la fatiga y la desazón que producen una heridas que no terminan de cicatrizar. En una tierra en la que el socialismo ha ejercido un poder omnímodo y asfixiante pienso que debería haberme sacado el carnet del partido; hoy, estoy seguro, tendría más dinero en el banco o un trabajo mejor. En aquella época del paroxismo felipista y el pellón, fueron muchos los que se hicieron ricos robando directamente de la caja europea: se nos regó con millones a cambio de desmantelar nuestra industria y de condenar al paro crónico a millones de personas...Los listos metían la mano y el resto pensábamos que ya éramos europeos y nos iba a ir mejor. Conviene no olvidarlo.

                 Mientras todo esto ocurría, algunos hemos seguido laborando con nuestra insignificancia e irrelevancia social, lanzando dentelladas a los cuatro costados para abrirnos camino. Nuestra manera de pensar, nuestras visión del mundo, va de la mano con esta sensación de lucha permanente. No es una dialéctica doctrinaria como puede ser el marxismo cultural (definitiva y  tristemente arraigado en la psique española), es la constatación de que en la vida, para ser algo, necesitas esforzarte, mantenerte y pelear (a veces). El motor del mundo son las aspiraciones de la gente en constante funcionamiento; nada que ver con dogmas y estructuras de pensamiento torpes como un mamut hundido en el permafrost siberiano. Tras el hundimiento y la depresión consiguiente hoy queda el marxismo cultural: ese acto de invención continua de problemas que no existen. Hay mucha gente que vive de ello. ¿Qué sería del socialismo sin la miseria material y moral? Nada. La prosperidad pertenece al sano impulso de las personas, no de la doctrina, y tiene que ver con la imaginación y la ligereza de carácter. Hace ya unos cuantos años, en Intereconomía (TV de derechas que hizo una labor impagable en denunciar las falsedades de ZP y que luego arruinó y extinguió el PP de Rajoy) aparecía un anuncio que definía a la perfección la imagen del buen marxista (o progre, que hoy viene a ser los mismo): ese tipo con expresión afectada, como si tuviera úlcera de estómago, con un ejemplar de El País bajo el brazo, y ese aura de monje comprometido con la causa general de salvar el mundo, que camina como alma en pena por la calle blandiendo, para que se vea bien, el órgano en papel de la verdad: su periódico de cabecera, su explicación de las cosas a través de los ojos del comisario a sueldo del Partido. 


Entretanto, una guerra fratricida que se libra a 3000 km al Este nos demuestra, una vez más, que Europa y los gobiernos que nos esquilman no sirven prácticamente para nada. Traemos el gas y el petróleo fundamentalmente de otros países, pero algunos aprovechan para, con la escusa de la guerra, subirnos criminalmente los impuestos. Con ello, entregando la poca riqueza que podemos obtener de nuestro trabajo, el socialismo financia su fiesta del ecologismo y la ingeniería social. Su fiesta. Principalmente su truculentos (por inútiles) negocios socialistas. Después de la tragedia del COVID, donde, una vez más he de repetir que según el INE el sobrante de muertos con respecto a años anteriores se aproxima a la espantosa cifra de los 200.000 (según algún preeminente vocero del gobierno tipo Fernando Simón esto se debe a los accidentes de tráfico), nos llegan las imágenes de una guerra librada en el corazón de Europa: pero lo peor no es que existan atrabiliarios personajes como Putin; lo peor es que aquí en España hay partidos políticos que consienten porque fue del KGB, sueño dorado de todo comunista y socialista que se precie, igual que consiente y aplauden los asesinatos de ETA, cuadrilla de carniceros semejantes a la policía política de Stalin... O Putin. Como siempre en estos dramáticos casos, nuestro presidente va a rebufo de los acontecimientos, se para a pensar en los que más le conviene: a él y a su ominoso partido de sociópatas y miserables, no a su país. Y la gente traga. Se lanza la consigna que toda la culpa es de Putin y pagamos con gusto los 2 euros de combustible que van a ser desde ya nuestra ruina. 

 

               


THE EXPANSE

  Lo primero que se puede decir de esta magnífica obra futurista es que no es apta para socialistas. Revela con trazo profundo que el mundo....